En el marco de la Semana de la fertilidad en Uruguay quiero compartirles un relato hermoso. Este relato escrito por Verónica Echavarría, mamá de Clara por fertilización asistida (ICSI):
«Siempre estuve esperando a que empezara lo malo, ese momento en que todo el mundo se queja, lo hinchado, lo grande, lo incomodo, lo agobiante, lo difícil.
Siempre me sentí “no tan” porque nada de eso malo paso…. No eso…
Pasaron otras cosas que tal vez hicieron que todo lo demás se viera chiquito y por lo tanto insignificante, el miedo no es tanto, la queja no es tan grande, no existe tanto por lo que quejarse.
Nació, y yo estaba esperando que todo fuera mucho más complicado, pero todo resulto mucho más fácil de lo que todos decían. El cansancio no era tan agotador, el trabajo no era tan agobiante, la vida no era tan difícil…
Es que lo difícil fue antes, mucho antes. Lo difícil fueron al menos 60 meses o más. Fueron los interminables días pidiendo, los miles de deseos pedidos en cada cumpleaños, en cada oportunidad. Los muchísimos test negativos, los tantos síntomas fantasmas, el miedo, la angustia, la decepción, la tristeza, la negación, el miedo otra vez. Lo difícil fue lidiar con los sentimientos, la frustración, el enojo, la decepción, las mil y unas simpatías, las mil y una decepciones, los “estoy bien” forzados, el espacio vacío, el corazón desbordado de amor sin un destinatario.
Lo difícil fue pensar finalmente que ese final feliz no era mío, no me pertenecía, que no lo iba a tener.
Lo difícil fue sentir que tenía que dejarlo ir.
Lo difícil fue tener que renunciar.
Lo difícil fue soltar.
Mil veces me dijeron que soltara y mil veces pensé que estaban locos. ¿Como soltar desde lo consciente? ¿Por qué dejar de sentir, de pedir, de desear y de luchar? ¿Por qué si aún tenía la fuerza y la edad? ¿Cómo iba a dejar mi sueño de lado?
Soltar… no existe soltar sin dar por válido la posibilidad de que no se de. No existe SOLTAR si no estoy en paz con la vida. Mientras no lograra la paz no iba a poder soltar nunca. Y nunca encontré paz para soltar. Nunca sentí ese <ok, que sea lo que sea>. Lo más cercano que sentí fue agradecimiento de poder intentarlo. De poder pagarlo. De sentirme apoyada. De sentirme luchadora. Ese agradecimiento me invadió y por primera vez esos 15 días de espera no fueron tan dramáticos.
Sin buscar síntomas, sin pensar demasiado. Por primera vez no puse expectativas, capaz porque no lo sentía posible. Tantos negativos, tantos llantos, tantas veces puesto el corazón y tantas decepciones.
Por primera vez lo miraba como a la distancia, como una película, como algo que tenía que pasar.
Por primera vez el resultado lo daba por hecho, y no era bueno.
Por primera vez tome un test y lo hice sin miedo, sin temblar, sin rezar.
Por primera vez vi dos líneas.
Por primera vez tuve miedo.
Miedo porque vi y sentí la grandeza de lo que estaba viviendo.
Miedo porque no cabía en mi cabeza la realidad, no era posible. Estas cosas a mí no me pasaban!
Miedo porque me sentía absolutamente responsable de que llegara a un buen puerto.
Sentía terror. Sentía culpa de sentirme así.
¿Por qué me sentía así? Era todo lo que deseaba hace años! ¿Por qué me sentía desbordada? ¿Por qué lo sentía como una mentira? ¿como algo que le pasaba a otro? Lo bueno a mí no me pasaba, algo malo seguro iba a suceder.
Paso una semana y una gota de sangre me sacudió fuerte el interior. Fue el tsunami que me hizo darme cuenta que no podía perder un día de felicidad de lo que me estaba pasando y me obligué a estar tranquila y en paz. Pero no logré ni la paz ni la tranquilidad.
Me decía a mí misma que el estrés era mi peor enemigo, por lo que tenía que tranquilizarme. Hice fuerza para encontrar esa paz. Medité durante un mes todos los días buscando esa paz y un día encontré una respuesta. Podía llegar el espantoso momento donde todo lo malo sucediera, pero si eso iba a pasar, al menos yo iba a disfrutar del hoy. Si algo malo iba a pasar no me iba a arrebatar que hoy tenía todo lo que quería.
Así que empecé a vivir el día, empecé a hacer todo lo planificado en mi mente, todo aquello que tenía reservado para cuando estuviera embarazada, todos los libros que quería leer, las fotos que quería sacar, las cosas que quería hacer, y mientras durara la felicidad iba a ser feliz.
Aun así estaba esperando en mi interior lo peor. Porque no merecía tanta felicidad, ¿no? Entonces recibo una llamada donde me dicen que efectivamente lo peor podía pasar. Esa realidad tan dura me estaba enfrentando como el peor monstruo que una persona pueda tener. No podía deja de llorar, pero por otro lado lo veía como algo que pasaba fuera de mi. Era la película de otro, simplemente una espectadora.
Me esperaban los 15 días más difíciles de mi vida y una noche me di cuenta de que efectivamente lo estaba viviendo de afuera, porque el problema más grande no era mío, era de ella. Ella era la que estaba siendo cuestionada, era su vida la que se estaba atentando, era ella la víctima no yo. Entonces me propuse no generarle dolor o angustia. Tanto si tenían razón y todo lo malo le iba a pasar o si era todo un gran susto. Ella merecía tener a su mamá fuerte a su lado, para pasar por esta tan difícil situación. Y así lo hice. No sé cómo, pero lo hice, me sobrepuse como pude y le hable mucho, le dije todo lo que la amaba y que yo estaba para ella, ahora y siempre. Tomé fuerza que no sabía que tenía y empecé a enfrentar todo lo que venía con entereza.
Cuando la misma voz que un día destrozo mi existencia, me llamó esta vez para darme un nuevo aliento de vida comenzó otra vez. Mi chiquita estaba bien. Todo tuvo sentido. Todo fue hermoso. Todo se dio perfectamente.
Habíamos logrado pasar el primer mojón de las 12 semanas, ya era difícil tener un aborto espontaneo. Habíamos logrado sobrepasar la punción y sabíamos que teníamos 46 cromosomas xx, ni más ni menos
Habíamos llegado al pasar las 20 semanas y con ello la vialidad extrauterina se volvía una realidad. Muy difícil, pero realidad en sí. El pánico de que algo le pasara a mi bebe, que mi cuerpo le fallara y no la contuviera me agobiaba.
El miedo de que no llegara a tenerla conmigo me paralizaba.
Entonces siempre estuve esperando sentirme muy agobiada, pero no paso. Siempre me sentí bien.
Sentirme muy cansada, ni tanto.
Muy desbordada, jamás.
Muy grande, nunca.
¿Hinchada? ¿Harta? ¿Pesada? ¿Superada? Nunca.
Mi mejor momento fue ese, mi mejor estado. Nunca me vi más bella, nunca me sentí más segura, nunca estuve tan feliz (al menos hasta ese momento).
Entonces llego el momento de dejarla llegar a este mundo, de conocernos, de vernos frente a frente. Y como fue tanta la fuerza que hice para retenerla en mi interior sana y salva, parecería que mi cuerpo se negaba a que saliera.
Terminamos en una cesára, no la más linda del mundo precisamente, pero al fin, a las 19:47 del 1 de noviembre del 2019, todos mis deseos se hicieron realidad, y a las 20:30 me desperté bajo una luz brillante, con la bebé más hermosa del mundo, gritándome en la cara que ya era mamá.»
Si alguna quiere comunicarse con Vero puede pedirme por mensaje su email!
Un gusto Vero tenerte en este blog 💜
Que hermoso relato por dios! Acá llorando mientras lo leo.